Georgette Forney: La historia de mi aborto

A la edad de 16 años quedé embarazada de un muchacho con el que había estado saliendo durante unos tres meses; él era dos años mayor que yo. Cuando me di cuenta de que estaba embarazada quise resolver el problema rápidamente. No quería que mis padres ni nadie más supieran que yo había estado teniendo sexo premarital. Yo era conocida como una muchacha buena/perfecta que lo hacía todo bien. Sabía en mi corazón que el aborto era malo, pero debido a que era legal pensé que estaba bien. Me lo hice un sábado de octubre. Mi hermano mayor me llevó a la clínica, pero esperó en el carro la mayor parte del día. Recuerdo que cuando me llegó el turno de entrar «al cuarto» quise dar la vuelta y correr. Me acosté en una mesa con mis pies metidos en unos estribos y el doctor entró. No me acuerdo de él, pero sí recuerdo el sonido fuerte de la máquina. Sonaba como una aspiradora grande, pues eso es. Cuando apagaron la máquina la enfermera comenzó a caminar junto a mí sosteniendo un recipiente. Le pregunté si eso era mi bebé. Me dijo: «No te preocupes. Relájate». Las lágrimas fluyeron de mis ojos mientras caía en un sopor lleno de sueños. Podía sentir ruidos en la habitación, pero no me podía mover. Estuve allí mucho tiempo; estaba oscuro cuando volví en mí y me dijeron que me vistiera y me fuera a mi casa. Pasé el fin de semana con mi hermana. Esa noche me acosté en la cama sintiéndome perdida, sola y vacía. Cuando me desperté a la mañana siguiente, decidí simular que el día anterior no había pasado nada. Así pasé años. Unos años después me casé y alrededor de un año más tarde m marido y yo aceptamos a Jesús como Salvador. Yo confesé mi aborto y lo devolví al closet en que había estado. Así siguió la cosa durante muchos años. Luego quedé embarazada y vivía con el temor de ver cómo Dios me iba a castigar.

Después que mi niña empezó en el jardín de niños sentí que deseaba acercarme más a Dios, así que comencé a orar: «Escudríñame, Dios, y muéstrame los lugares de mi corazón que no son puros». Un día, mientras hablaba con algunos amigos cercanos sobre el aborto, me di cuenta de que había jugado a ser Dios cuando aborté a mi bebé. Pocos días más tarde comencé a pensar en el bebé que yo había abortado, por primera vez desde que el aborto tuviera lugar, 18 años antes. Me quebranté llorando, porque por primera vez quería sostenerlo; me pregunté cómo hubiera sido mi vida si él hubiera sido parte de ella. Lo que yo me había esforzado tanto por mantener en el closet finalmente había salido con fuerza y no pude esconder mis sentimientos ya más.

Me odiaba por lo que había hecho. Estaba avergonzada y sentía todo el peso de mi culpa. Era abrumador y me di cuenta que necesitaba ayuda. Comencé el programa de consejería post-aborto «Perdóname y Libérame», pero tenía miedo, porque tenía que rememorar y enfrentar cada detalle. Sin embargo, posteriormente supe que era una experiencia muy sanadora por la que yo tenía que pasar. Cambió mi vida. Eso fue hace seis años. Al recordar mi aborto me di cuenta de que una buena parte de mi conducta y mis decisiones, desde que me lo hice hasta el momento, tenían que ver con mi percepción del aborto – desde involucrarme con las drogas y el alcohol hasta ser extremadamente promiscua. Ahora veo cuantas de mis decisiones estuvieron basadas en mi disgusto conmigo misma; yo quería huir de mí y esconderme de la verdad. Cuando toda la verdad al final salió a la luz, fue como si al fin ya fuera libre. Me sentí perdonada por Dios y por mi bebé, y finalmente me perdoné a mí misma. En la última sesión de consejería tuvimos un servicio memorial y le puse nombre al bebé. Y ahora, en mi trabajo, siento que aunque su vida fue terminada antes de comenzar, esa vida preciosa es honrada y tiene un propósito.

Hace seis años yo nunca hubiera imaginado hacer el trabajo que hago ahora. Estaba avergonzada y sentía que tenía que quedarme callada sobre el derecho de una mujer a escoger, pues yo lo había hecho. Eso es una mentira; cuando los hombres y mujeres experimentan el perdón, eso les da coraje para ponerse en pie contra la atrocidad del aborto.